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lunes, 11 de marzo de 2013

No es la Sirenita... ¡Es Ponyo!


En el reino de los mares, Ponyo es un singular pececillo, o mejor dicho, pececilla, de color rojo vivo y carita de rasgos humanos encantadores. Dotada de un espíritu curioso, decide aventurarse por tierra, donde conoce a Sosuke, un niño de cinco años que vive con su madre en un pueblo costero y sueña, mientras juega con su barquito y su gorra, con ser marinero, como su padre ausente. Ambos están encantados, el niño con su “mascota”, y ésta, por ser libre en un mundo nuevo.

Aconsejado por su madre, Sosuke devuelve a Ponyo al mar. Bajo las aguas, al pececillo le aguarda la tiranía de su padre, un peculiar Poseidón que con sus poderes y pócimas domina olas y mareas. Pero la rebelde princesita no olvida a Sosuke y, ayudada por sus diminutos hermanos, escapa de su encierro submarino, decidida a vivir en tierra y convertirse en ser humano, renunciando por amor, a su condición de deidad. En su huída, rompe las botellas que contienen los elixires mágicos de su padre, desencadenando una terrible tormenta. De nuevo junto a Sosuke, ambos parten en un azaroso viaje en el barco del niño. Ya no son amo y mascota, sino hermano mayor y hermana pequeña respectivamente…
Esta es la historia que nos cuenta Ponyo en el acantilado, dirigida por el japonés Hayao Miyazaki (creador de las niñas más famosas del anime como la princesa Mononoke, Chihiro, Nausicaa, Heidi, etc…).
En mi opinión, se trata de una auténtica obra maestra, una historia llena de ternura y generosidad, que derrocha imaginación y realizada con la calidez propia de la animación manual, con lápiz y papel, sin recurrir al ordenador. Mención especial merece la fotografía de Atsushi Okui, que demuestra que no hay nada como limitar la animación digital para llenar de vida una película de dibujos. Esa riqueza visual se traduce en unos trazos infantiles en tonos pastel, que ofrece secuencias deslumbrantes como la de Ponyo cabalgando a lomos de los peces gigantes mientras sigue al coche en mitad de la tormenta, acompañada de una música muy similar a la de la “Cabalgata de las Valkirias” de Wagner, compuesta por Joe Hisaishi


Atención a los créditos iniciales capaces de poner los pelos de punta a cualquiera y al pegadizo tema final que no podréis dejar de tararear en varios días: “"Ponyo, Ponyo, es una niña pez...".
El guión es sencillo, pero los temas que trata no son puramente infantiles:
  • Las diversas formas de ejercer la paternidad: por parte de Ponyo, el Rey y la Reina de los Mares y el padre siempre embarcado y la madre que trabaja en un asilo de viejecitos en el caso de Sosuke.
  • La interculturalidad y la tolerancia.
  • La naturaleza y el mar, tema que refleja las preocupaciones por el medio ambiente del cineasta que refleja la basura que cubre el lecho marino o los pescadores que esquilman el mar.


Y aunque Ponyo no sea un trabajo tan profundo como los anteriores de Miyazaki, es una pequeña joya. A diferencia de El viaje de Chihiro, está sí es una película para niños.




En fin, desde aquí mi recomendación más absoluta de esta película, que emocionará profundamente a las personas dotadas de un corazón sensible y capaces de conmoverse con las cosas bonitas y de sorprenderse como un niño. El resto, abstenerse.

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